Una puerta nefasta a un clic de distancia

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Los recreos de los colegios ya no son lo que eran hace tan solo dos o tres años; es decir, hace muy poco tiempo. Muchos de esos pasillos que eran ruidosos, llenos de voces, están en ocasiones silenciosos más allá de que veamos allí a varios adolescentes. No hay diálogo, no hay voces, sólo expresiones de éxito, enojo o angustia, vociferadas a un objeto que está en sus manos… Algo los abstrae, los mantiene sumidos en una especie de trance que hasta hace muy poco no habíamos dimensionado su peligrosidad: el dispositivo móvil, el bendito teléfono es hoy una enorme fuente de recompensa inmediata, que sostiene sus niveles dopamina al máximo, y ahora, además, les da dinero… ¿Qué pasó entre ese bullicio que copaba los patios de los colegios con diálogos sobre quién me gusta, sobre con quién me llevo bien o mal en la clase, sobre el profe o la profe que “me detesta” o “que detesto”, y ésto? ¿Qué puerta se abrió y hacia dónde? ¿Qué dejamos atrás?

“Los malos, sin duda, han comprendido algo que los buenos no saben”. Woody Allen.

En su atmósfera, la de estos adolescentes de los que estamos cada día más distanciados, se respira un ganar a toda costa y un individualismo sin precedentes, fuertemente influenciado por el consumismo y la presión social por tener más, ser más y aparentar más.

En palabras de Zygmunt Bauman, la política de la vida tiende a ser reconfigurada a imagen y semejanza de los medios y de los objetos de consumo y siguiendo las líneas implícitas en ese síndrome consumista.

Las realidades adultas y las redes sociales en las que están inmersos, en el marco de las cuales construyen su subjetividad, promueven hoy, la idea de que el valor de una persona se mide por sus logros materiales y su capacidad para alcanzar el éxito de manera rápida… Youtubers, tiktokers, instagramers con miles o millones de seguidores y acceso al lujo y tecnología son su ventana “al mundo”, o al menos, a ese recorte del mismo que se muestra a través de las plataformas. Allí todo es belleza, todo es estético; las personas viajan, hacen fitness y sobre todo, se dedican a ganar dinero. No hay tristeza, angustias, dolor… La propia imagen los hace ser a la vez que los “vende” a los otros: estamos ante la potencia del capitalismo neoliberal capaz de producir una subjetividad que ya se explota a sí misma sintiéndose en libertad, según el filósofo surcoreano, Byung Chul Han.

Todo lo mencionado repercute en muchísimos aspectos del proceso educativo, entre ellos en la ausencia de motivación intrínseca por el aprendizaje, particularmente de temas que presentan un desafío intelectual. ¿Por qué les interesaría el desafío de “aprender algo”, de esforzarse, cuando están constantemente expuestos a tecnologías y contenidos que promueven la inmediatez, como redes sociales, videojuegos? Un entorno digital que les presenta estímulos visuales y auditivos rápidos, la obsesión por el éxito inmediato y visible, muchas veces definido por el dinero, el estatus y la fama. ¿Cómo lograr la transición hacia esa Escuela-Telémaco que menciona el autor Massimo Recalcati, donde el saber puede ser amado, puede convertirse en un cuerpo deseado? ¿Cómo abrir paso a esos mundos necesarios, reales, a la presencia de un otro, cuando sus identidades están puestas en juego? ¿Cómo, al mismo tiempo, acompañar y proteger a esas infancias/adolescencias absolutamente vulneradas por sociedades enajenadas y padres ausentes?

Todo se puede comprar

Desde muy temprana edad, los adolescentes están expuestos a mensajes publicitarios que asocian la felicidad y el éxito con la posesión de bienes materiales: el último modelo de teléfono, la ropa de marca, el reloj que es agenda y mide las pulsaciones, y una serie infinita de objetos que podría enumerar… Las redes sociales refuerzan esta presión, donde se muestra un estilo de vida idealizado que ellos sienten la necesidad de imitar.

Si pusiéramos límites a los deseos, si no hubiéramos interiorizado aquella premisa de todo se puede lograr, todo se puede desear, todo se puede comprar, el motor que mueve la economía actual seguramente se pararía… La sociedad de consumo consigue que la insatisfacción sea la norma permanente en nuestros deseos. Según Zigmud Bauman, una de las maneras que la sociedad de consumo usa para lograr esto es a través de la denigración inmediata de los productos; algo que era maravilloso ayer es inservible mañana. El hecho de intentar paliar todas las ansiedades e inseguridades a través del acto consumista actual, acaba por generar una rueda interminable de necesidades, deseos, carencias y nuevas necesidades.

En ocasiones, este deseo por tener para pertenecer o destacarse lleva a los adolescentes y jóvenes a buscar formas rápidas de obtener dinero, porque todo lo que le dan materialmente sus padres, que muchas ocasiones excede absolutamente sus necesidades, no alcanza. Es así que la idea del «dinero fácil» se ha convertido en una aspiración común entre ellos. Al ver la rapidez con la que algunas personas logran riquezas aparentes, como los influencers, buscan la forma de conseguir dinero sin mucho esfuerzo, como menciona Recalcati en La hora de clase, “en concordancia con el principio utilitarista del máximo beneficio alcanzado con el mínimo esfuerzo”.

Es en este punto donde entran en juego las apuestas y los juegos online, que se presentan como formas atractivas de generar ingresos rápidamente. La promesa de ganar grandes cantidades de dinero con una pequeña inversión inicial suele ser tentadora para los adolescentes que desean obtener bienes materiales sin tener que esperar, esforzarse o trabajar para ello. Ven en el juego una oportunidad para obtener ese éxito rápido y fácil que tanto se promueve. Las apuestas deportivas y los juegos de azar, fácilmente accesibles a través de aplicaciones y plataformas en línea, son las formas que encuentran para alcanzar el éxito financiero. Sin embargo, lejos de ser una posible solución, o generar riqueza, estos comportamientos suelen generar pérdidas económicas, mucha ansiedad, y profundos impactos en su estado emocional.

Los inicios parecen inocentes y son extremadamente tempranos: comprar vidas u oportunidades en un juego a los 8 , 9 o 10 años; comprar y vender jugadores en un torneo virtual de fútbol, a los 12… Hasta aquí no hay indicios de casinos online o apuestas… Sin embargo, la puerta está entreabierta y el mecanismo de funcionamiento ya es conocido para ellos: tener pequeñas recompensas por avanzar en un juego, para estar siempre “enganchados”, y si pierden, siempre pueden “comprar” vidas. Por otro lado, por qué verían como algo malo apostar, si las apuestas están naturalizadas en todo lo que los rodea, sobre todo en eventos deportivos como el fútbol, para los cuales los mayores inversores y publicistas de camisetas y canchas de fútbol terminan siendo casas de apuestas. Su cotidiano se los muestra y nadie se ha detenido a dialogar con ellos de que allí hay algo incorrecto.

El problema se instala una vez que ellos ya no pueden parar… Este entorno, sumado al acceso fácil a juegos de azar en línea a través de sus teléfonos personales está convirtiendo la ludopatía, la adicción a los juegos de azar, en una epidemia entre los adolescentes, que no pueden controlar su impulso de jugar. Su cerebro en desarrollo los vuelve especialmente vulnerables a estas adicciones, ya que les cuesta controlar impulsos y evaluar riesgos. Ésto, sumado a la presión social y la búsqueda de emociones intensas, los lleva a desarrollar adicciones que pueden tener graves consecuencias en su vida personal, académica y social.

Pero… ¿Cómo llegaron hasta ese punto?

Una puerta que no debería abrirse tan pronto

Actualmente, en la gran mayoría de los casos, los adolescentes no manejan dinero en efectivo para sus gastos personales, sino billeteras virtuales donde sus padres van depositando dinero con diferente frecuencia. Y aquí radica el gran problema: muchas de estas plataformas de juegos de azar son capaces de recibir dinero de estas cuentas virtuales sin importar la edad de quién las gestiona…

Ahora bien ¿Qué pasa con esos padres que no pueden poner un límite a las horas de juego de los menores? ¿Que no pueden limitar el uso del dispositivo por las noches o simplemente eliminarlo de sus habitaciones? Acaso es una de las tantas consecuencias de ese paradigma en el que actualmente estamos inmersos, donde los padres no pueden poner límites por miedo a frustrar a los hijos, de esa dificultad de los adultos de comportarse como padres…

Hijos que juegan hasta las 3 o las 4 de la madrugada y que al otro día irán dormidos al colegio, que apenas podrán abrir los ojos… Padres mirando Netflix, Instagram o publicando fotos en “X”, absortos en sus realidades individuales… Todo eso en la tranquilidad y comodidad de los hogares, donde se respira una aparente seguridad, una aparente tranquilidad, porque los “chicos están en casa”, en su habitación… Sin embargo, la puerta ya está abierta, ya están apostando, y sus amigos del colegio probablemente lo sepan e, incluso, compartan con ellos sus éxitos más destacados, que serán pocos y solo en los comienzos.

¿Qué pasa cuando se apostó de más? ¿Cuándo se generaron deudas de juego?

Los que están “del otro lado”, de ese que es oscuro pero cuyo velo está cubierto y amparado por el paraguas capitalista, ya lo saben, lo pensaron y encontraron la manera de alienar, someter y dejar cautivos a esos menores angustiados, desamparados y desesperados que terminan siendo víctimas de redes donde se presta dinero, a cambio de “algo”, siendo el costo de ese algo, tan alto como imágenes sexuales, encuentros sexuales con adultos donde son abusados, y en casos extremos, redes de trata. En este punto, los pedófilos surgen como actores principales de la trama.

Hablábamos de juego pero desembarcamos en la segunda industria mundial más próspera a nivel económico luego del narcotráfico.

Un enjambre complejo de relaciones

Juegos online, grooming, delitos, pedofilia, deep web, redes de trata… La trama es tan vasta, compleja, a la vez que oscura, cruel y difícil de encuadrar, que cuesta pensarla asociada a un pequeño dispositivo móvil, a un adolescente en un inocente recreo de un patio escolar o recostado en su pequeño rincón de la casa.

Vamos a relatar el prólogo de esta historia funesta…

En la gran mayoría de los juegos online y redes sociales, los menores juegan e interactúan con desconocidos. En muchos casos, estos desconocidos son adultos que están infiltrados en dichos espacios. Es aquí donde nace el grooming1, esa forma de acoso en línea por parte de una adulto que se hace pasar por un menor para ganarse la confianza de los niños o adolescentes. Las etapas de ese nefasto proceso son conocidas.

Al principio hay una etapa de enganche o atrapamiento, donde el adulto tiene como objetivo ganarse la confianza y establecer un vínculo de amistad con el menor. Allí el acosador se acerca al niño, niña o adolescente generalmente falseando su identidad y/o su edad, a través de una conversación donde prevalece el intercambio de gustos, preferencias e intereses.

Más tarde tendrá lugar una etapa de fidelización, donde el acosador, a sabiendas de los gustos e intereses de ese menor, profundiza la relación obteniendo una mayor cantidad de datos personales, e intentará mantener cautiva la atención procurando fidelizar el vínculo a través del intercambio de secretos, confidencias o promesas.

Posteriormente, comenzará la de seducción, donde el acosador seduce y sexualiza la conversación, generalmente mediante preguntas y/o relatos, para generar en el niño, niña o adolescente un compromiso y/o dependencia emocional.

Finalmente tiene lugar la etapa de acoso sexual, en la cual hay una marcada agresión sexual, implícita o explícita, donde el acosador manipula a la víctima a través de la solicitud de imágenes y/o videos íntimos, o bien, le proponen un encuentro personal. En aquellos casos en los cuales el niño, niña o adolescente no accede a sus requerimientos, el acosador ejercerá distintas formas de violencia, tales como: chantaje, extorsión, amenazas o coacciones, para conseguir el material. A veces puede llevar meses, a veces semanas, y en la gran mayoría de los casos, solo días…

Un ‘monstruo’ que requiere cada vez más alimento

Las imágenes de menores obtenidas mediante chantaje o acoso son la materia prima que alimenta las redes de pedofilia. Pero no son casos aislados. No son enfermos o “loquitos sueltos” que manipulan a menores. Las denuncias por difusión de fotos y videos explícitos de menores va en aumento. Estamos hablando de casi CIEN mil denuncias en lo que va de este año2. Sí, leíste bien: cien mil.

Los reportes de personas que distribuyen, facilitan, ceden, comercializan, fotos o videos de abuso sexual en niños, niñas y adolescentes están en constante crecimiento, tanto en Argentina como en el resto del mundo. La forma de obtener el material puede ser tanto con la víctima presente, abusando de ella, como también de manera virtual a través de las modalidades de grooming, con engaños y extorsiones para conseguir el material. Las imágenes se venden luego con criptoactivos en la deep web o en redes internacionales.

¿Cómo pensar esta compleja problemática en clave escolar?

Durante mucho tiempo y hasta el día de hoy, el discurso hegemónico que redunda y abunda es que los niños, niñas y adolescentes son nativos digitales: claro, han nacido con un dispositivo próximo a sus vidas, de sus padres, hermanos, familiares…

Ese discurso, completamente erróneo desde mi punto de vista, y desde algunos otros que se animan a llevar la contraria, anclado en un paradigma cientificista y consumista, confunde el hecho de que nacer con un tipo de tecnología y usarla cual autómata implica dimensionar sus peligros o potencialidades.

Por otro lado, los tecnófilos extremos, disfrazados de pedagogos de las TICs, también promocionan este universo en las dinámicas escolares, como la solución a todos los problemas, cuando en ocasiones los menores tan solo están buscando un abrazo, o comprender significantes simbólicos para poder expresar lo que sienten.

Sin dudas, en los tiempos actuales y como docentes de estos adolescentes cautivos de las pantallas, tenemos que ser conscientes de que hay una identidad digital que se pone en juego, y que para ellos, la virtualidad tiene tanto protagonismo como los encuentros “cara a cara”.

La vida social transcurre entre estas dimensiones que se perciben como espacios complementarios, articulados. Las redes sociales son visualizadas por los jóvenes como un espacio propio, un sitio personal en el que pueden construir una red de amigos. Su uso posibilita la interacción con otras personas, refuerza la sensación de pertenencia a un grupo o a varios, permite construir una imagen de sí, reafirmar la identidad, compartir preocupaciones, generar lazos, entre otras cuestiones. Esto puede ser positivo; pero sin embargo, puede exponerlos a situaciones de vulnerabilidad. El diálogo, la escucha y la confianza con nosotros, los docentes, y con sus padres, a los cuales es necesario acompañar e informar, es la gran herramienta para evitar que se abra una puerta hacia un mundo monstruoso.

Miles de preguntas quedarán acechando estas líneas. Irán desde el cuerpo a la conciencia, desde lo racional a lo irracional. No hay certezas, y las dudas se respiran por doquier. En un tiempo como el nuestro, en el que la belleza queda restringida al cultivo de la imagen, no existe nada más revolucionario que invocar la belleza del pensamiento, tanto nuestro como el ajeno, el de ellos, de los adolescentes y jóvenes a quienes podremos dignificar brindándoles espacios de confianza para animarse a hablar, a pensar diferente, para que esa puerta oscura a la distancia de un click, jamás se abra.

Fuentes y bibliografía consultadas:

  1. En Argentina se considera un delito desde el año 2013 gracias a la sanción de la Ley 26904. ↩︎
  2. Según datos del Observatorio de Cibercrimen y Evidencia Digital en Investigaciones Criminales (Ocedic) de la Universidad Austral. ↩︎

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